304.375 dólares. Ese es hasta la fecha el mayor precio jamás pagado por una botella de vino. Un Château Cheval Blanc de 1947 que fue adquirido en 2010 por un coleccionista privado en una subasta celebrada en la sede de Christie’s en Ginebra. Estamos hablando de vino, sí, de ese mismo con el que comemos cada día, celebramos el año nuevo o una buena noticia… ¿o no hablamos de lo mismo? ¿De qué hablamos cuándo hablamos de una botella con un precio de cinco ceros, o de cuatro, o incluso de dos ceros?
Ante los desorbitados precios del vino, especialmente los franceses (aunque no sólo), la primera tentación que nos acecha es la de catalogarlos, simple y llanamente, de estafa. Consideramos, quizás con cierta razón, que un vino que cueste 1.000 euros no puede ser 100 veces mejor que uno de 10 euros. Sin embargo, hacer ese cálculo es caer en la ingenuidad de pensar que lo que marca el precio de algo (de una botella de vino o de ese ordenador en el que estás leyendo este post) es simplemente la calidad de un producto y supone obviar algo evidente: entre medias de la calidad y el precio interviene una serie de factores tanto o más decisivos que el aroma, la estructura o el bouquet.
¿Cuáles son esos factores? Si nos centramos en el vino francés, y muy en concreto en el rey de los vinos galos, el burdeos, un primer factor que ayuda a comprender sus exorbitantes precios puede ser el propio sistema de producción y venta. Los productores de este prestigioso vino, salvo excepciones, se aglutinan en torno al sistema de “crus”, que podríamos traducir como “pago”. Desde 1855 dicho sistema clasifica los distintos pagos según su calidad. Aunque en un principio se planteaba como un sistema dinámico, lo cierto es que sólo se han producido dos cambios en la clasificación en casi 160 años. La consecuencia es que los châteux que conforman este sistema se han erigido, dentro y fuera de Francia, en una especie de “club de los elegidos”. A este halo de elitismo han contribuido otros dos rasgos distintivos del sistema de distribución y venta del burdeos: la importancia capital de los intermediarios, que son los que, salvo excepciones, hacen llegar el vino de Burdeos a los minoristas y consumidores (casi ninguna bodega vende directamente sus caldos), y son en buena medida los que encarecen el producto final; y la presentación en primeurs del vino, que se realiza en primavera y es donde bodegueros e intermediarios fijan los precios según las impresiones sacadas de esta cata, en un acto evidente de especulación comercial.
Sin duda, estos rasgos ayudan a Burdeos a mantener unos precios más altos que la competencia. Pero la explicación no estaría completa si no introducimos al vino en el sistema económico global. Porque no es casualidad que a escasos meses de la caída del Muro y la consiguiente hegemonía del capitalismo, también (y especialmente) en los países de la órbita comunista, el precio del vino de Burdeos se disparase. Si en 1995 era posible adquirir un Château Angélus de 1990 por 6.000 pesetas, en 1998 ese mismo vino pasó a costar 35.000 pesetas. Lo que vino a continuación ya lo sabemos y tuvo su cénit en la citada subasta de Christie’s. Pero, ¿qué ha pasado en todo este tiempo? Esencialmente que, mientras que la oferta del vino de alta gama se mantiene estable, la demanda se ha disparado exponencialmente con clientes de todo el planeta. El vino se ha convertido así en un valor seguro para la inversión comercial (o la especulación, según se mire), a la misma altura que el oro o las obras de arte. Los vinos están al alza o a la baja como las acciones. Y no es una metáfora: desde 1999 existe el denominado Liv-Ex, un mercado donde los vinos más importantes cotizan como si de la bolsa se tratase. Por cierto, si tenéis algo de dinero ahorrado ahora mismo ¡comprad burdeos y vended borgoñas!
En este complejo proceso que ha convertido una bebida en moneda de cambio, valor y prestigio hay un país que tiene mucho que ver en el asunto: China. Un país tradicionalmente ajeno a la cultura del vino que se ha convertido en el quinto consumidor mundial y, lo que es más importante, se estima que en 2016 será el segundo mercado en valor, es decir, que acaparará buena parte del vino de lujo del mundo. Pero no hace falta irse al futuro porque Francia es actualmente y con mucha diferencia el mayor exportador de vino en aquel país, donde se estima que el 70% de los vinos importados llegan desde Burdeos. Sólo otro dato más para confirmar que China es clave en el mantenimiento y subida de unos precios ya de por sí abultados: el litro de champán francés en China tiene un precio medio actual de 19 dólares, frente a, por ejemplo, los 4,19 del espumoso español.
Estos son, a grandes rasgos, algunos de los factores que pueden haber ayudado a que ciertos vinos hayan dejado de ser simples bebidas y hayan pasado a convertirse en un valioso objeto del mercado. Pero de todos estos datos, yo me quedo con uno y me pregunto… ¿por qué mis padres no compraron esa maldita botella de Château Angélus por 6.000 pesetas?